
Cuando el ser mamá también tiene que ser un juego.
Me acuerdo como si fuera ayer del día en el que descubrí que estaba embarazada. Por alguna razón yo pensaba que me iba a resultar difícil tener hijos así que convencí a mi, en ese momento esposo, visitar a un doctor experto en fertilidad. El doctor me revisó acuciosamente y me pidió mirar hacia un monitor. “¿Ves eso que está allí?,” me preguntó. “Estás embarazada”. No sé como explicar lo que sentí, supongo que ni el ganador de la Tinka viendo sus bolillos ganadores en la tele puede experimentar el saber que tienes ese bolillo ganador pero en tu panza y que cada vez que la agarras te sientes la mas afortunada de las criaturas. Pero si tengo que ser totalmente honesta tenía una preocupación, por muchos años yo había criado, cuidado, mimado, abrazado a un hijo que me había hecho muy feliz, llenando mis días y hasta mis noches de insomnio: mi trabajo. No me da vergüenza reconocerlo ni lo considero exagerado, mi trabajo era el niño de mis ojos que sin duda no era comparable con la niña de mis ojos que en algunos meses nacería pero al que no estaba dispuesta a renunciar.
¿Cuál era entonces esa fórmula para poder ser la mejor mamá para Fernanda y no abandonar a mi otra criatura? Estaba siendo ilusa, egoísta, ambiciosa, mala madre? Todas estas dudas y adjetivos rondaban por mi cabeza acompañadas de comentarios varios, de “qué esperar cuando estás esperando» mi nuevo libro de cabecera y las hormonas que sin duda estaban haciendo también su trabajo. Al final decidí seguir mi mantra, ese que ha guiado mi vida desde muy joven y que llevo tatuado en cuerpo y alma: Todo y más. Entendí que en mi maternidad yo quería todo y más y si había un legado que quería dejarle a mi hija, era enseñarle que ella tiene la capacidad de alcanzar lo que se proponga, pero no con frases bonitas sino con el ejemplo. Esta decisión me iba a llevar a ser mas creativa, planificada y disciplinada. Porque si bien no iba a ser una mamá físicamente presencial 24/7 porque habrían horas en las que estaría en la oficina, la fuerza de nuestro vínculo tenía que tener mas alcance y cobertura que el mas poderoso de los wifis. Y para ello no podía ser sólo una mamá que la iba a proveer de todo lo que funcionalmente ella necesitara tenia que convertirme en su cómplice favorita del juego. Así es porque por mas banal que se sienta esta palabra, el juego me permite reir, compartir, intimar, confabular, soñar, imaginar y hasta diría que educar. Y no estaba equivocada, según la Asociación Americana de Pediatras jugar es esencial para el desarrollo cognitivo, social, físico y emocional de infantes, niños y jóvenes saludables.
Hoy, Fernanda tiene 11 años y además de madre e hija somos compañeras de juegos. Han pasado por nuestras manos, ponies, peluches, palos, pelotas, titeres, backjardigans, barbies, monster highs, ludo y hasta Roblox. Pero a falta de juguetes tenemos canciones inventadas, apodos cariñosos, personajes inventados y hasta un playlist que le hemos hecho a nuestro perro y que soñamos con poner en Spotify. Hemos hablado de feminismo igualitario y utilitario en versión barbies, del congreso con los ponis (sin alusiones personales) o del divorcio y la importancia de ser papás amigos con los pomos d los champus . Alguna vez una mama me dijo “pobrecita tienes que trabajar “… A lo que yo respondí firme pero educada “No me compadezcas, es una decisión” .
Sí, pues, no soy una mamá que puede ir a paseos todo el día en el club o a tomar desayuno a las 10 am con las mamis y que llega despeinada a las reuniones de padres porque el Waze le jugó una mala pasada pero eso no me impide saber cuál es el nuevo color favorito de Fer, el nombre del chico que no le gusta 😉 y la la canción que puede hacerla llorar de emoción. Ser una gran mamá y una profesional exitosa no se trata de elegir sino de decidir tenerlo todo y más.
Deja una respuesta